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La advertencia de "estrés fiscal" para 2026 no era un ejercicio académico; era un diagnóstico terminal que los políticos prefirieron maquillar. Dos años después, la factura no solo venció, sino que se capitalizó con intereses en su bolsillo. Revivimos el momento exacto en que se ignoró la alerta roja.
En diciembre de 2025, mientras el dólar cerraba en $923 y la UF ya trepaba a $39.643, la discusión no era sobre el precio del cobre, sino sobre el colapso programado de las finanzas públicas. El Consejo Fiscal Autónomo (CFA), un organismo que no gana popularidad señalando abismos, convocó a los equipos económicos de Kast y Jara no para felicitarlos, sino para interrogarlos. Su mandato era claro: exponer la cruda realidad de un paciente en cuidados intensivos que, sin embargo, seguía recibiendo promesas de fiesta.
- El Dato: El Fondo de Estabilización Económica y Social (FEES) estaba en un escuálido 1.1% del PIB, menos de una quinta parte del colchón mínimo recomendado (5-7%).
- Por qué importa: Un FEES debilitado es la primera línea de defensa que se cae ante una crisis cambiaria o una caída de commodities. Sin él, la presión recae directamente sobre el tipo de cambio, la inflación y, eventualmente, en un ajuste fiscal más brutal y repentino para los ciudadanos.
- Lo que viene: El "escenario exigente con espacios reducidos de gasto" que advirtió el CFA se tradujo, inexorablemente, en menos inversión pública, servicios más tensionados y una presión alcista persistente sobre la deuda y sus costos. El margen de maniobra que se quemó entonces, hoy se paga con creces.
La ilusión política frente al diagnóstico técnico: cuando la realidad fiscal no entiende de colores
Las reuniones de diciembre del '25 fueron un teatro de la responsabilidad. Por un lado, el CFA presentaba una radiografía implacable: 15 de los últimos 17 años con déficits estructurales, una deuda pública rozando su techo prudencial y un colchón de ahorro agotado. Por el otro, dos visiones políticas que, desde extremos opuestos, prometían solucionar el problema sin que el electorado sintiera el frío del ajuste. Era la clásica promesa de dieta post-navideña sin dejar el alcohol ni los dulces.
El concepto de "estrés fiscal" para 2026 significaba, en lenguaje para su presupuesto familiar, que el Estado chileno estaba a punto de sobrepasar su línea de crédito. Los ingresos estructurales no daban para cubrir los gastos permanentes, y la única salida era endeudarse más (encareciendo el futuro) o recortar (afectando el presente). En un contexto global de tasas altas, cada punto extra de deuda se traducía en millones de dólares menos para salud, educación o seguridad.
"Un FEES bajo el 2% del PIB no es un colchón, es una losa. Le deja al Banco Central y al Ministerio de Hacienda las manos atadas frente a cualquier shock externo. Es jugar a la ruleta rusa con la estabilidad macroeconómica del país, donde la bala es una crisis de confianza que dispara el dólar y los intereses."
Las recetas opuestas y el espejismo del atajo: austeridad vs. control del déficit en un callejón sin salida
Frente al diagnóstico, las respuestas fueron sintomáticas del cortoplacismo. La propuesta de José Antonio Kast, un recorte fiscal de US$6.000 millones en 18 meses, sonaba a cirugía mayor ambulatoria. Sus críticos la tacharon de "imposible" sin una carnicería social, y tenían un punto: recortar ese monto de golpe en una economía con demandas sociales acumuladas era ignorar el riesgo político y social, otro tipo de riesgo que los mercados también cobran caro, a través de la prima de riesgo-país.
Jeannette Jara, por su lado, proponía el control del déficit para "no devorar el poco espacio fiscal". Una postura aparentemente más técnica, pero que en la práctica siempre enfrenta el mismo dilema: controlar el déficit requiere o más ingresos (más impuestos, lo que frena la actividad) o menos gasto (el temido ajuste). Era una promesa de sostenibilidad que, sin una hoja de ruta clara y creíble, se quedaba en un eslogan. La verdad incómoda que ambas posturas eludían es que, tras años de déficits, no hay soluciones indoloras. Solo hay dolor administrado con transparencia o dolor impuesto por una crisis.
Hoy, con el beneficio de la retrospectiva, sabemos que la alerta se cumplió. El espacio fiscal se evaporó, la deuda siguió su marcha y el margen para maniobrar ante nuevos shocks es mínimo. La pregunta incómoda que queda es cuánto más costó posponer el debate real. Cuando el tipo de cambio y la UF marcan nuevos máximos, parte de la respuesta está en esa ventana de diciembre del '25, donde se prefirió el relato a la contabilidad. Su bolsillo lleva la cuenta.